30 sept 2012

De héroes sin vocación



Tengo la armadura, la espada y el escudo. Pero no una causa. Soy capaz de matar al dragón que ose interponerse en nuestro camino. Pero tú has decidido que este paladín no puede protegerte.

No, mejor olvidemos los motivos. Lo único que este desgastado corazón necesita saber es que te has ido, y que tendrá que volver a empezar desde cero. Por suerte, en  ese hueco que ahora tengo en mi pecho quedan los planos de lo que una vez hubo. A ser previsor me ayudaron otros golpes, que si bien menos dolorosos, igual de destructivos.

Y aquí, en el frio océano desde el que te escribo, trato de encontrar la calma. De ordenar mis ideas, porque ha pasado mucho desde que partiste, pero aun te siento marcada a fuego en mis ojos. No sé que siento, ni que debería sentir. No quiero nada y lo quiero todo. Solo deseo una cosa, pero no lo diré en alto. Y así, las dudas no hacen más que agolparse una tras otra. Y si consigo poner en orden la poca cordura que me queda, basta con un leve susurro que lleve tu nombre, para devolverme a la locura de mi realidad.

Los dragones y otras bestias tratan de asaltar lo que una vez fue nuestro, pero he logrado aniquilar sus esperanzas, aunque no con mi espada. Sino con mentiras, promesas y consumiendo un poco lo que algún día fui. Pero ya apenas queda nada del caballero de brillante armadura que te hizo sonreír. Pronto este castillo en el que tanto compartimos no será más que una mezcla de cenizas, lágrimas y sangre, porque yo moriré bajo estos techos.